MIÉRCOLES. Animal metafísico cargado de congojas. Reparador de los motores del alba. Esas son las ocupaciones de Altazor. Su oficio terrestre nunca es bien remunerado. El aguinaldo nunca llega y las empresas lo desdeñan. El estado no lo sustenta. Digamos que hace un trabajo, si no privado, al menos, individual. La Virgen fue quien lo llamó para que mire sus manos transparentes y lo ungió en su viaje en paracaídas. Porque para estar vivo hay que caer caer caer. Yes, let mi down!!! La más pura de las vírgenes, la menos híbrida.
En mi trabajo me pagan poco. Lo hago para el municipio, por
un lado, y para una entidad católica, por el otro. Ellos cada vez están más
arriba, los veo creciendo, cada vez conducen autos más veloces, usan aires
acondicionados más congelantes, compran zapatillas mejor equipadas. Yo, desde
esa perspectiva, voy cayendo. Es raro, porque soy el que caigo pero a la vez
los miro desde mis alturas. Pero yo tengo otras alturas, como que no vamos en
el mismo plano, yo caigo desde otra dimensión. Pero caer es crecer en mi mundo.
Cuando inauguraron la radio en la que trabajo, hubo gente reconocida. El
intendente dio un caluroso discurso, habló con el viejo más paralítico que
halló en el geriátrico, dijo cuánto y desde cuándo los quería, cerró entre
aplausos efusivos. Al rato volvió, como quien recuerda que olvidó decir algo y,
ya sin micrófono, anunció en el salón principal, ante las enfermeras: “los 400
pesos extra también son para los facturantes”. Ese “sobresueldo” es más de lo
que me pagan a mí por hacer la radio. Hubo un locutor de nivel nacional,
periodistas, intendente, el director de la radio, y a mí (que, casualmente, soy
el que hace todo en la radio) no me nombraron. Será por eso que aprendí a
observar la conducta de las mariposas. Que sé de qué color son los marcos de
las ventanas. Que recuerdo el tamaño de la espalda de la directora del
geriátrico. La entidad católica me paga menos aún, y me invita a retiros
espirituales en que me “retiro” de mi espiritualidad y recibo un discurso que
me deshumaniza y me enseña que tengo que amar a Dios y al prójimo sin esperar
nada a cambio. Hay una virgen donde se hacen los retiros. No se ve a través de
sus manos. Es una mezcla de humana y mito. De cristianismo y cultura pre romana
y pre colombina. Un género intermedio entre el canto gregoriano y la cumbia
villera.
Cuando pienso estas cosas me pongo triste y eso no es malo,
porque recuerdo que creo en mí y me pongo a dar martillazos contra la noche,
porque sé que atrás siempre hay una enorme luz. Y un árbol. Leer a Huidobro es
como oir a un Nietzsche pero más hermoso. Y, sobre todo, me devuelve la
identidad, me recuerda que soy un animal metafísico cargado de congojas,
reparador de los motores del alba.
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