domingo, 16 de marzo de 2014



TESTIGO DE JEHOVÁ


Yo iba a la primaria. La cajonera de la bajomesada no tenía puerta. Supongo que buscaba un cortaúñas o el betún para lustrar los botines; hallé las “Leyendas” de Bécquer. De tapa azul y blanca, con un pedacito quemado en el borde inferior izquierdo. No comprendí bien qué estaba viendo (hasta cierta edad, me moví por intuiciones, por pre-pensamientos, por sensaciones que estaban por ser pensamientos, recuerdo mi esfuerzo por dilucidar los asuntos, mi tristeza de no lograrlo-en jardín me ocurría mucho-, mi distracción y mi pasar a otro plano más concreto, a hacer cosas, o a seguir deambulando hasta encontrar preguntas que pudiera-con tanto placer-responderme. No recuerdo por qué, pero yo era mi respondedor, y ante las dudas no consultaba con otros), pero deseé comprenderlo. Tuve una vibración interna diferente ante la contemplación de ese objeto lleno de letras, a pesar de su aspecto amarillento, de un amarillo abandono. Estaba oculto, entre diarios viejos, objetos inservibles, betunes para botines. Yo me sentí distinto mirándolo. Lo deseé, como un adulto contempla y desea un idioma que no domina mientras mira una película hermosa en ese idioma. Y uno sabe que es hermoso, y desea esa hermosura, pero no llega. Así, ocultos y amarillentos, estuvieron los libros en casa. Un día, un testigo de Jehová fanático, que sólo quería textos que lo influenciaran a ser más puro ante Jehová, me prestó “L a tregua”, de Mario Benedetti; fue mi primer cita fuerte con la literatura. Como que antes éramos amigos, pero desde la lectura de “La tregua” que le confesé mi esclavitud, y nos hicimos amantes. Sé que no es mi esposa, ni quiere. Es más, me engaña con otros lectores, y eso me da felicidad. Volví a lo del testigo de Jehová, y me dijo que no quería libros seculares en casa, y así se volvió mío, y hasta hoy lo guardo. Aquel fanático no sabe que me inició en la adoración de la literatura, que gracias a su santidad yo me convertí al literaturismo. Aquel sí que es un gran predicador. Cuando alguien te presta un libro no tiene idea lo que hace ¡el dios de los teólogos perdone a los creyentes prestadores de libros! ¡Más les valdría haber blasfemado al espíritu santo! Gracias, Jehová, por poner tus hijos en el camino de este hereje que no hace sino adorarte y pensar que vas más allá (y acá) de todo nombre que busque decirte.  

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